Última salida de Palomino
Diego Lazarte
Narrar editorial
2025
330 páginas
Uno espera que una primera novela sea la carta de presentación de su autor, pero no solo, sino también un ejercicio de riesgo, un funambulismo entre la tensión de los elementos expresivos del lenguaje y la historia que al escritor no le ha quedado más remedio que contar. Es el caso de Última salida de Palomino, la primera obra narrativa de Diego Lazarte, una novela emparentada con la mejor tradición picaresca (resuenan en ella ecos de El Lazarillo o El Buscón). El libro, publicado este 2025 por el sello limeño Narrar Editorial, se atreve además a conjugar la propuesta quijotesca con la sordidez de un mundo urbano y periférico, el registro íntimo con el periodístico, el argumento cronológico con una trama alocada, trufada de referencias al cine de terror, sátiras de los dogmatismos más sectarios y variedades diastráticas y geográficas de la lengua. Así, el artefacto de Lazarte es un pinball donde rebotar desde el argot a los videojuegos o del castellano castizo hasta la leyenda urbana, todo ello ensamblado en diálogos ingeniosos y frenéticos. Y, cómo no, Palomino es siempre el retablo de fondo, un escenario que ancla anécdotas y personajes, un paisaje que se presenta así: «Toda la noche se quemaban llantas y desperdicios que alimentaban lenguas luciferinas y teñían su cielo de sangre. Cuando era chico pensaba que ese era el infierno. Podría asegurar entonces que Palomino está a dos terrazas de convertirse en el legítimo Purgatorio».
El punto de partida es el siguiente: Dulcinea regresa de su supuesta aventura española a una Lima decadente y psicotrópica, la de Palomino, el barrio que lo ha visto crecer y del que, ya veremos si a través de la imaginación o de la realidad, ha deseado siempre escapar. El caso es que Dulcinea busca en el narrador, Kennedy, un protector que lo sostenga en la precariedad de sus recursos y sus deseos: un par de chelas, algo de plata y un proyecto fílmico: la grabación de un slasher a la peruana cuyo posible o imposible guion se boceta entre conversaciones delirantes, atracos desesperados, pasajes de cierto erotismo y el retrato de los violentos y/o entrañables personajes del distrito: la Pulpo, Chicalo, Koky o el Chupas. Mirado este elenco de caracteres desde el otro lado del Atlántico, nos resulta imposible no recordar los títulos más memorables del cine quinqui español de los años 70 y 80 (véanse las filmografías de Eloy de la Iglesia o José Antonio de la Loma). No obstante, la intención del intrépido Dulcinea es, como ya hemos dicho, la de rodar una película de asesinos con perspectiva localista:
— Pero no hay escuela de cine como en La Habana o como en Madrid. Lo que yo quiero es hacer cine slasher. Mi sueño es filmar el primer slasher peruano.
—¿Qué diablos es un slasher?
—Es un subgénero del cine de terror. Son películas sobre asesinos enmascarados. Me imagino que habrá visto Viernes 13 o Halloween. ¿Recuerda a Jason Vorhees o Michael Myers?
—¿Piensas que los policías no vamos al cine?
Los sueños y el ímpetu de Dulcinea, salpimentados con expresiones castellanas y el habla del barrio, recuerdan al del ingenioso hidalgo cervantino. Al igual que hacía Alonso Quijano, Dulcinea arrastrará a sus amigos a unas aventuras de razón escasa y final incierto durante las cuales ya no sabremos si la temperatura narrativa del libro se ha contagiado de la locura de Dulcinea o si, justo al revés, los acontecimientos refuerzan la vorágine mental del coprotagonista. En este sentido, la inspiración de El Quijote resultará evidente a un lector que, por otro lado, tendrá ocasión de fabular sobre qué papel terminarán jugando las narrativas paralelas: la concienzuda visita de los testigos de Jehová, las reminiscencias de juegos de videoconsola, el soliloquio confesional de uno de los niños de Palomino o las misteriosas apariciones del Hombre Cuy, comentadas estas últimas en clave de crónica periodística:
Terror en los cerros de Pamplona Alta. Una presunta criatura, bautizada como «El hombre cuy» por los vecinos del sector 1C, merodea desde hace algunos meses los corrales y ya ha causado víctimas porcinas. Según Crisóstomo Vela (55), presidente de la asociación de porquerizos de Las Torres, «es una abominación de la naturaleza».
¿Cómo confluirán estas propuestas heterogéneas a lo largo de la novela? ¿Qué papel terminará jugando cada una de ellas? Última salida de Palomino ofrece esa experiencia lúdica propia de la mejor tradición humorística, aquella que conjuga el cuidado de la lengua con el saber popular, la mirada burlona con la experimentación estética.
Dicho lo anterior, es importante señalar a Diego Lazarte en su condición de poeta. Autor de obras como Mares (Casa Katatay, 2011) o Calaveras Retóricas (La Strada Editores, 2021), Lazarte tiene además un recorrido amplio como agitador cultural dentro y fuera de Lima. Dicen que los poetas terminan accediendo, casi sin quererlo, a ese exótico club de los mejores narradores y puede que sea verdad, pero, ¿por qué? Se me ocurren dos buenas razones:
1. El poeta acostumbra a ceder al lenguaje un protagonismo orgánico a partir del que se construyen los sucesos del poema. Trasladado a la narrativa, sería el lenguaje el que edificara las anécdotas que componen la trama, dotando a la misma de una potente dimensión ambiental, un clima particular que caracterizara la obra.
2. A menudo la poesía es el arte de la profundidad y la síntesis (que decía Jorgenrique Adoum). Esto, trasladado a la novela, consistiría en sugerir más que en explicar; es decir, la escritura sería sutil y ambigua porque confía en el lector como agente capaz de articular los materiales narrativos para seguir aquella máxima de San Juan: Entréme donde no supe / y quedéme no sabiendo, / toda ciencia tracendiendo.
Lo anterior podemos comprobarlo en el siguiente fragmento:
Me gustan todos los chocolates, pero mis preferidos son los Beso de Moza. […] Moza tiene la piel de chocolate y en su interior un alma tan blanca y dulce como masmelo, pues es buena hija y ayuda a su padre en la bodeguita. Yo, por el contrario, debo ser como esos chocolates huecos que ofrecen un premio y tienen un monstruito de plástico en su interior.
Este otro extracto también da buena muestra del lirismo de Lazarte:
De pronto, la noche se ha disuelto y clarea. Los postes se desnucan nerviosamente. Pienso quedarme en cama mientras miles de postulantes se comen las uñas y circulan sus respuestas con lápices 2B. Sé en mi consciencia cochina que no estoy preparado como debería estarlo. […] Suena «La Cucaracha» por tercera vez en el claxon de Mañuco. Me sugestiono para pararme. «El sol ha salido para mí», repito en voz alta como un orate.
En definitiva, Última salida de Palomino es el primer fulgor narrativo de un poeta que quiso ser novelista o de un novelista que nació poeta. ¿Dónde comienza la poesía de Lazarte y dónde su narrativa? Será el propio lector el que deberá contestar la pregunta a lo largo de unas páginas desternillantes y salvajes. Para nosotros queda ahora la espera de una segunda salida, es decir, la ilusión de que el título cumpla su tono irónico y no nos encontremos realmente ante la última. ¿Cuál será el próximo proyecto novelístico del autor? ¿Mantendrá el paso novelístico con su particular ritmo? Y de ser así, ¿cuál será el rumbo que tome? ¿El centrífugo o el centrípeto? ¿El de la brújula o el de quien se mueve intuitivamente a tientas?
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Alberto Guirao [Madrid, 1989] es autor de la novela Llegarás a Danmara (2024) y de los poemarios Ulises X (2020), Los días mejor pensados (2016) y Ascensores (2010). Por su obra ha obtenido, entre otros, el premio València Nova de Poesía y el Premio Nacional Félix Grande. Ha recibido importantes becas de creación: fue residente en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores (Córdoba, 2013-2014) y en la Residencia de Estudiantes de Madrid (2017-2018). En la actualidad trabaja como profesor de Lengua y Literatura en un instituto público y dirige un taller de poesía en la Fundación Centro de Poesía José Hierro (Getafe).