Antes incluso de abrir el libro, Llegarás a Danmara me hizo evocar Volverás a Región, de Juan Benet, no porque tengan nada que ver entre sí ambas novelas, que eso no puede saberse de antemano, sino porque al futuro del tiempo verbal se impone el carácter imperativo del enunciado, porque ese «llegarás» implica exigencia, obligación, con lo que esto tiene de predestinación y de destino, hacia una segunda persona que al pronto no podemos saber quién es, y partiendo de alguien que tampoco podemos saber quién es. Todo lo que podemos aventurar es que algo, o alguien, está ejerciendo coerción sobre alguien para que llegue algún día a Danmara. Qué sea Danmara, qué signifique o qué simbolice es algo que el lector tendrá ocasión de descubrir o interpretar.
Lo segundo que me llamó la atención apenas abrí el libro (que no tiene citas ni dedicatoria previas) fue la primera frase: «He llegado a Danmara persiguiendo la historia de un tal Giuliano Emiliozzi», que en mi memoria particular de lector remite necesariamente al «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo», de Juan Rulfo. No significa esto que haya coincidencias o que si las hay (y, de partida, con Pedro Páramo puede haber algunas) sean relevantes, pero lo cierto es que no podemos escapar a esas referencias, a esa especie de diálogo textual que establecemos in mente.
En relación a la estructura de la novela, encontramos dos partes. En la primera, que se titula «El otro extremo de la cuerda», la madre de Valeria le entrega antes de morir una foto de Giuliano Emiliozzi, que tal vez sea su padre (el padre de Valeria). Cuando tiempo después Valeria encuentra la firma de cierto G. Emiliozzi en una revista de Danmara, entiende que tal vez esa G. se corresponda con Giuliano y emprende la búsqueda. Por eso llega a Danmara, desde una ciudad que desconocemos, e inicia una investigación en cuyo desarrollo intervienen varios personajes: un funcionario del registro llamado Roberto, una enfermera llamada Gabriela, un jardinero, etcétera. Así va descubriendo (y nosotros lo sabemos al ritmo de sus descubrimientos) que una mujer llamada Ambra llegó a Danmara en 1990 con sus cuatro hijos: Mario, Marta, Olga y Giuliano, que es el menor. La narradora es Valeria, parece que escribe en el presente de los hechos y que combina la letra redondita con la cursiva, la redonda para el tiempo puntual de la investigación y la cursiva para añadidos posteriores, aunque tal vez todo sea en realidad una escritura futura simulando presente. Cada capítulo de la narración de Valeria contiene una secuencia informativa muy precisa, con acotaciones casi teatrales, se refiere a la marcha de la investigación y se cierra con los apuntes de un «Cuaderno de Giuliano Emiliozzi», que se refieren al pasado, y cabe añadir que para algunos aspectos de esa trama del pasado son importantes las informaciones de una enfermera muy dicharachera llamada Gabriella. Podemos decir, pues, que se desarrollan paralelamente la trama y la investigación de la trama.
La segunda parte se titula «Llegarás a Danmara», es un diario de Valeria, tiene lugar en Zagreb, y creo que prefiero no desvelar nada de lo que cuenta. Atar los cabos, como digo, es tarea propia y placentera del lector. Aunque no sé si se pueden atar todos los cabos, si la ocultación de datos permite hacer un resumen clarificador de la historia. Diré también que están por una parte los personajes con presencia indirecta en la trama, que son sobre todo informadores, Valeria y Roberto, Gabriella y el jardinero, y están, por otra, los verdaderos personajes, los personajes de la acción, el niño Giuliano, su hermano Mario, su abuelo, el niño Luis Ángel (el secuestro de un perro como prueba), la niña Olinca, Gabriella (que figura en los dos planos, como agente y como informante), y alguien al que se refieren como el Otro, con mayúsculas, al que le corresponde a veces la segunda persona.
En algún punto de la trama se dice que para pedir ayuda se pueden emplear los mismos recursos de los juegos infantiles en que unos niños se esconden y otros tienen que encontrarlos: «el truco consiste en sembrar los indicios adecuados, preparar un escondite rastreable» (p. 168). Pues bien, el novelista puede hacer lo mismo, aunque no se trate de una novela de averiguación: puede ir sembrando indicios, esto es, referencias internas, veladas o explícitas, para que vayamos viendo cómo avanza la investigación de Valeria. En cierto modo, la lectura también es una investigación, que consiste en ir asimilando los ingredientes de la trama en una historia coherente y comprensible, adecuada a nuestro propio nivel de comprensión, y en Llegarás a Danmara el autor no complica en exceso la tarea al lector: digamos que le proporciona los indicios adecuados adecuadamente. Algunos que afectan al centro de la trama; otros que discurren por pasadizos laterales. Y hay igualmente episodios emotivos, como el del «carcañal» o como el del cinturón del abuelo, omnipresente a lo largo de toda la primera parte: «El otro extremo de la cuerda». Su eficacia queda repartida a lo largo de la novela, dosificada.
Aparte de estas cuestiones que afectan al contenido, hay que decir que se trata de la primera novela de Alberto Guirao que, sin embargo, ha publicado ya varios libros de poesía. Quiere esto decir que Alberto Guirao es poeta y que, al menos hasta ahora, ha sido fundamentalmente poeta. Lo que no debe hacer pensar que Llegarás a Danmara sea una novela de poeta, al menos en el sentido negativo que suele darse a la locución «novela de poeta», pero sí vale para subrayar que la prosa en la que está escrita es valiosa en sí misma, que no se trata de prosa meramente informativa, sino de prosa elaborada, de prosa estética, en la que además brillan a menudo los aciertos verbales: «las familias se reunían alrededor de su idiosincrasia blanca y roja»; «todos allí compartían una conciencia estructural»; con «la voz se perdió en un crucigrama de cortocircuitos», describe los ruidos de los porteros automáticos; «Sobre las fuentes las aves sueltan su diarrea corrosiva, la erosión del mito» (p. 69); la relación de Valeria con su primer novio fracasa porque «como todos los primeros amores, jamás había tenido arquitectura»; a Danmara, bajo una lluvia constante, «una enfermedad hepática […] le confiere tonos grisáceos, una desazón que impregna transeúntes, cafés y vuelos de las palomas» (p. 15); o, en fin, «Nace Danmara en el sabor del chocolate. Las colillas rebosan en el cenicero o bola de cristal. Una hebra de luz recalienta la leche» (p. 135); procedimientos más poéticos que narrativos.
Cuando oigo hablar de literatura de ficción me sorprende siempre que la crítica literaria se empeñe en subrayar los temas sobre la ficción propiamente dicha, esto es, sobre la historia que se cuenta. De esta misma novela, por ejemplo, los elogios firmados de contracubierta destacan algunos de ellos: «la familia como herencia, el artista y su obra y la metaliteratura», dice uno de estos elogios; «Llegarás a Danmara trenza un relato a varias voces que tiene por tema central la identidad», dice el editor. Y todo ello es cierto. De Valeria sabemos que tiene un carácter un punto rebelde, que tiene un pasado, sabemos de su primer beso, de su primer novio, de un amante de cuarenta años. Sabemos que se define como «la niña sin padre» (p. 147), de ahí la búsqueda, que dio «con el nombre pero no con el hombre» (p. 155), según dice, lo que debe tomarse en sentido literal, o sea, que el motor de la acción radica en ese ser «niña sin padre», esto es, alguien en busca de su identidad. Sabemos que hace traducciones y que no es fiel al original, que lo mejora, una traición literaria que lleva a cabo, dice, «por amor», esto es, que toma partido por cierta forma de entender lo literario, algo que tal vez pertenezca más al pensamiento del autor, de Alberto Guirao, que del personaje. Sabemos, en fin, que el título de la novela, Llegarás a Danmara, se convierte en poliédrico, porque hemos creído desde el principio que se refería al destino de Valeria, que llegaría ineludiblemente a Danmara en busca de su padre, o sea, de sí misma, pero que de pronto no solo es el título de portada sino que se multiplica su significación interior (es el título de la segunda parte, de un cuaderno enterrado y tal vez de una novela exitosa), con lo que el imperativo inicial de «llegarás» se desvanece y requiere nuevas interpretaciones. Hay, pues, identidad y hay metaliteratura. Incluso en cierto momento a un personaje «un tipo trajeado lo agarró y le ofreció un contrato en el que le aseguraba una recompensa económica, otra espiritual y, finalmente, la fama» (p. 184) a cambio de una obra literaria, que es como la reencarnación de Fausto en el mundo o el mundillo editorial. Todo esto daría pie para las interpretaciones, pero como digo sobre la identidad y la metaliteratura yo prefiero la acción, la composición de la historia: la deriva de Valeria y lo que pueda llegar a saberse de Giuliano Emiliozzi. Decían los viejos manuales que los ingredientes de la ficción eran la invención, la disposición y la elocución; pues bien, a mí me interesa más el proceso que el propósito, más el resultado que la intención. Lo que hace en suma que la lectura sea agradable y la novela recomendable, que es lo que modestamente me atrevo a sugerir.
Plasencia, 24 de mayo de 2025
«Extraído del texto de presentación de Llegarás a Danmara en la Feria del libro de Plasencia (Cáceres)»
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Gonzalo Hidalgo Bayal [Albalat, 1950] es licenciado en filología románica y en ciencias de la imagen por la Universidad Complutense de Madrid, y ha sido profesor de literatura en Plasencia. Sus novelas Paradoja del interventor y Campo de amapolas blancas lo convirtieron en una deslumbrante revelación que quedó definitivamente confirmada con sus siguientes obras: El espíritu áspero (2009, Premio Qwerty), La sed de sal (2013), Nemo (2016, Premio Tigre Juan) La escapada (2019) y Hervaciana (2021). También es autor de los libros de relatos Conversación (2011, Premio Mario Vargas Llosa NH de Relatos y IX Premio Dulce Chacón de Narrativa Española) y La princesa y la muerte (2017).