Pensar en un hombre que cae | Alfredo Saldaña

El enigma habló y dio forma al silencio.

Pasó de largo por la tierra quemada y se adentró en la médula del bosque. Allí permaneció inalterable y su conciencia se convirtió en polvo arrastrado por el viento mientras su corazón dejó de bombear la sangre y la alegría de vivir.

Ahora se mantiene en el humus que como un dios ausente se posa y calla, en lo que atraviesa con su daga la espalda del clamor, en la sombra que acompaña al que camina cuando la luz del sol se acerca al horizonte, o quizás en el petroglifo erosionado por el liquen que bajo la piel de la roca aún respira.

El enigma es lo que sutura y lacra el secreto de la herida.

Si te detienes junto a los pulmones del ailanto, eres la luz terrosa que se cuartea y atraviesa con el acero de su compasión la raíz del aire, la idea que en silencio respira al abrigaño del dolor, la piedra labrada en forma de vientre hinchado que protege el ónfalo de Delfos.

Eres entonces un asterisco suspendido en el corazón del cielo, el aliento agramatical que nos envuelve, aunque acaso seas una plenitud honda y vacía, un desierto sin nombre en el que habita un dios callado, la vida todavía no escrita.

Pensar es habitar el desierto.

Pensar y caminar comparten un aliento frío e insobornable sostenido sobre la transformación de la escritura, el sentido, la vida; surgen de un temblor desolado y letal, de la incertidumbre y la extraña serenidad que calman las noches de las quebradas; trabajan a la intemperie por la demolición de aquellos símbolos que se han encastrado en lo más profundo de nuestras conciencias y no cesan de generar oportunidades inéditas de realidad que solo el viento y la quena pueden destapar.

Pensar en una búsqueda impostergable y encontrar a quienes se adentran por esos valles tratando de localizar en el pucará una cabeza que llora, una palabra en el cielo o un corazón anómalo que dé nombre al pálpito que precede a cualquier aparición.

Pensar en un hombre que cae al caminar es mitigar su caída.

No importa
si en algún momento
has echado raíces
en algún lugar de este mundo,
si la lluvia a veces
ha bañado tus ojos
con el huracán de la ansiedad
o tus brazos se han quebrado
al sostener en el aire,
si has visto crecer la flor
que brota del pedernal
en el corazón del desierto
o has probado el fruto
de una almendra amarga
al pie de la montaña.

No importa
si has tardado en comprender
la insignificancia y la vacuidad
de casi todos los empeños
o de repente adviertes que
nada es más real que la nada
y que toda la luz del mundo
cabe en la noche sin luna
de un cuenco vacío,
si eres de aquí o de allá,
el sexo que practicas
o la religión que profesas,
los alimentos que cocinas,
la lengua en la que te expresas
o el color de tu piel,
si has plantado un libro
en una tierra estéril
o has escrito un árbol
en la médula del bosque.

Nada de todo eso importa.

Importa, eso sí,
cuidar la soledad que acoge
la profundidad del abismo
y vaciarla para que solo
esté llena de sí misma,
saber que en la ciénaga
la luz respira bajo el lodo
y que el silencio
no es la abolición de la palabra
sino el umbral de su inminencia,
deshuesar la nada,
suprimir del frío una letra
para atemperar la gélida y metálica
oscuridad de la pobreza,
otear desde la bocana del exilio
como quien intuye
que algo se está debilitando
y que ya no le pertenece
lo que su mirada trata de sostener.

Importa desaprender
y reconocerse en un hombre distinto,
intuir que la extrañeza
hace parte del curso de la vida,
ese turbador accidente
en el que confluyen el azar y el destino,
la bonanza y la devastación,
pensar como quien deshincha el espacio
al inflar el hueco del vacío
y lo desagua de todas sus impurezas,
aprender a ganar una pérdida
descifrando de nuevo las palabras
desde el revés de las letras
y en un orden distinto,
hacerse fuerte en la convicción
de que bajo el cielo estrellado
la casa está en el camino
y toda la superficie
es una tierra extranjera.

No es la roca sino el agua lo que nos sostiene.
Es el cauce y no la casa lo que nos ancla.
Camino del Tigre, el tren pasa por Olivos y, en su estación,
alguien escucha la voz de Porchia en un susurro:
“No es preciso marchar lejos para encontrarse.
Para perderse, basta con ir al encuentro de uno mismo”.
El río guarda en su corazón el secreto de la maga querandí.
Hallarse y errar son ya vapores de un mismo hálito.

Al caer la tarde, el aliento del siku cruza la cordillera helada y se recoge en su interior. Aunque es silencio, la quebrada avanza y se hace palabra conforme el viento atraviesa el corazón de los salares y las piedras se abren paso en la médula de esta yerma inmensidad. El frío y el temblor del soroche lo reciben y él se detiene, abrigado por el vapor de la soledad, alejado de la senda, en un paraje apartado sin memoria de luz.

La palabra que se da
es la misma que nos pierde.

Deshacerse en la promesa
que se empeña,
darse por vencido
y, al abrir los ojos,
comenzar otra vez a cerrarlos,
encontrar en el asombro helado
el gesto que calma
y la fuente que perdura.
Encaramarse a lo alto
de una rama escrita sobre el agua
y dejarse arrastrar con ella
por la corriente
en el invierno asolado
de los muertos.
Entregarse a espuertas
retirándose hacia dentro,
lastimarse en el corazón del bosque
que los hombres ignoran,
seguir el curso del manantial
hacia la desembocadura
para encontrar el lugar
en donde sea posible
que hasta el centro
se sostenga en un vacío
y el final como agua
desaparezca entre las manos.

Lo que es no está.


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Alfredo Saldaña [Toledo, 1962] ha publicado los libros de poesía Fragmentos para una arquitectura de las ruinas (1989), Pasar de largo (2003), Palabras que hablan de la muerte del pensamiento (2003), Humus (2008), Malpaís (2015) y La acción es el frío (2023). Pueden leerse muestras de su escritura poética en Sin contar. Poesía 1983-2010 (2010), La raíz del aire (2024) y Sanar la herida. Poesía 1983-2025 (2025). Es autor de la poética Hay alguien ahí (2008). Ha defendido su posición crítica y teórica en ensayos como No todo es superficie. Poesía española y posmodernidad (2009), La huella en el margen. Literatura y pensamiento crítico (2013), La práctica de la teoría. Elementos para una crítica de la cultura contemporánea (2018) y Romper el límite. La poesía de Roberto Juarroz (2022).